Nada es para siempre puede ser una realidad o el principio de una canción de los noventa.
Este fue mi séptimo descubrimiento y para mi una realidad cada día más latente.
De ello me di cuenta gracias a una ostia de esas de las grandes que te suele dar la vida de vez en cuando, ya sabes, para que no te duermas en los laureles. Y aunque ese “batacazo” fue muy doloroso, el resto de despedidas ya no lo fueron.
Como os compartí en otro de mis descubrimientos (“dejar ir”), no es fácil soltar, pero más complicado es aceptar que eres tú al que están dejando ir.
Al que más le molesta es al señor ego y la que más se recrea es tu autoestima, si es baja.
Es curioso, ¿verdad? Personas que han ido imprescindibles, que han sido nuestras mejores amigas, casi hermanas o hermanos incluso ¡gente que nos ha visto en pelotas! Como de la noche a la mañana acaban siendo perfectos desconocidos o incluso peor, sombras.
Vivimos el despecho, el rencor, el odio o la envidia como si los necesitásemos para seguir teniendo un vínculo con esa persona que un día fue tu “YO”.
Te invito a SER consciente de que estás en un proceso de cambio, ¡todo cambia! El clima, la moda, tu vecino del quinto…y tu no vas a ser menos. La experiencia, tus modelos de referencia, los nuevos conocimientos que vayas adquiriendo…harán que dejes de ser la persona que fuiste.
Ese cambio puede afectar a tu entorno más inmediato de dos formas: adaptándose o generando conflicto.
Es ahí el kit de la cuestión: ¿qué hago?
Puedo darte millones de consejos, como hicieron conmigo, pero lo mejor que puedes hacer es escucharte, pero escucharte de verdad. Recuerda, tu gurú eres tú.
En mi caso, me di cuenta de que yo había cambiado de frecuencia, ya no estaba en sintonía con algunas personas que habían sido piezas claves en mi vida: yo estaba en rock FM y la otra persona en Kiss FM o en Radio María.
Por eso decidí irme, soltar.
Nadie es para siempre.
Aunque para mí, su recuerdo si lo será: las charlas, las noches de cine, de borrachera y pizza, las vacaciones… y un largo etc. que me guardo para mí.
Albert Espinosa introdujo el término de “los amarillos” en mi vida gracias a uno de sus libros: el mundo amarillo.
Los amarillos son personas que dejan huella en ti, son maestros en un momento de nuestras vidas. Pueden ser desde un desconocido que conoces en el tren como una de tus viejas amistades y ambos tienen una peculiaridad: vienen y van.
Esas personas de las que os he hablado fueron amarillos y me siento tan agradecida de que la vida me los haya regalado, aunque tuviesen fecha de caducidad en cuanto a amistad se tratase.
Por ello aquí viene un consejo, pero no desde una profesional sino desde una chica normal de 28 años:
Vive el momento, disfrútalo. Arriesga, sé valiente ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿sentirte traicionada? ¿Qué te “rompan el corazón”? Por cierto, biológicamente es imposible que te lo hagan, pero oye, quién soy yo para desafiar los mitos del amor romántico.
Y lo mejor de todo, toma responsabilidad sobre las consecuencias. Eso te librará del rencor y del odio porque en muchos casos es cosa de uno y de dos también.
Fotón de Bryam Adam Castillo (@bryanadamc)