Una mujer muy sabia de la cual tengo la oportunidad de aprender de ella, me contó la siguiente metáfora.
Se llama, la metáfora del coche:
Imaginaros que os dan un coche y os dicen que vais a tener que estar en ese coche durante muuucho tiempo. Este coche no es uno cualquiera pues tiene baño, una cama, un pequeño salón… Y tú tienes que desplazarte por los sitios pero no pueden salir de él, todo lo tienes que hacer a través del coche, incluso comer.
¿Te imaginas?
Llega un momento en el que tú estás preocupado/a por si el motor se estropee porque entonces ¿cómo puedes seguir viviendo? Si el motor deja de funcionar, no puedes desplazarte, no puedes comer… ¿no?
En ese momento, ella me dijo ¿qué sucede con el cerebro?
Yo me quedé completamente perpleja… yo pensaba que estábamos hablando de coches no de cerebros.
Ella me siguió preguntando, ¿por qué el cerebro vive en nosotras como si él fuera el que manda? ¿Acaso no puedes pararlo?
Tú no eres el motor del coche, tú no eres el coche, tú eres el conductor del coche. Tú no eres el cerebro.
Al cerebro nosotras le damos órdenes, no él a nosotras. El problema es que en algún momento decidimos no ser responsables de nuestros actos y le dijimos “funciona tú”.
Si os soy sincera siempre me había dirigido al cerebro como un ser independiente, como ese amigo/a cabroncete que todos y todas tenemos. De ahí a que YO le había cedido el mando…pero sí, claro que sí que lo había hecho.
¿Acaso soy consciente de mi misma ahora? No y antes de haber iniciado mi #resurgir siendo honesta, no lo había sido en mi vida. Y es que tampoco veía a mí alrededor gente que fuera 100% consciente de sí misma, ni si quiera un 30 %.
Entonces… ¿y si comenzamos a ser conscientes de que somos los conductores del coche y que somos capaces de dirigir el coche a dónde nosotros queramos?
¿A que sería una pasada? Pues…¡¿A qué esperamos?!